En toda estructura llega un punto en que el sistema deja de corregirse solo.
Se acumulan las formas.
Se agotan las ideas.
Y lo que antes fue movimiento, se convierte en rutina.
Los símbolos se vacían.
La representación se desvanece.
Y el poder —sin sustancia— sobrevive solo porque nadie se atreve a pensar qué viene después.
No se trata de caos.
Ni de catástrofe.
Se trata de algo más peligroso:
la naturalización del estancamiento.
En ese terreno prolifera el oportunismo, el cinismo, el reparto.
Y mientras tanto, lo importante —lo que sostiene de verdad una comunidad—
queda fuera de agenda.
La Corte nace en ese umbral.
No como un actor.
Sino como una estructura de pensamiento.
Como un resguardo.
Como un espacio sin nombre propio que, sin embargo, sabe lo que hay que hacer.
No respondemos a sellos ni banderas.
No disputamos cargos.
No entramos en internas.
No venimos a gritar.
Observamos.
Escuchamos.
Registramos.
Y cuando es el momento, actuamos.
Hoy, muchos sienten que todo está mal.
Y sin embargo, no pasa nada.
¿Será que no hay alternativa? ¿O será que todavía no tiene forma visible?
Creemos que es lo segundo.
Y por eso estamos acá.
Porque algo nuevo sí puede surgir.
Pero no surgirá por decreto.
Lo que viene nacerá desde abajo.
Desde personas reales.
Desde conversaciones que hoy parecen chicas.
Desde hartazgos que no se capitalizan.
Desde la intuición silenciosa de que así no se puede seguir.
La Corte no buscará ser protagonista de eso.
Tampoco frenarlo.
Nuestra tarea es otra:
crear las condiciones para que eso ocurra con fuerza, con respaldo, con inteligencia.
Y cuando empiece a tomar forma, estaremos ahí.
Sosteniendo.
Conectando.
Protegiendo.
No necesitamos que esto se entienda ahora.
Solo que quede escrito.
Porque en todo proceso real, siempre hubo alguien que vio antes.
Y que preparó lo que otros iban a habitar después.
Ex tenebris, ordo.
Ex silentio, fortitudo.
Ex cordibus populi, potentia veritatis.
La Corte permanece.
Y cuando sea el momento,
el terreno ya va a estar preparado.
— La Corte
